
«1:30 a.m. Rodeados de aviones que no nos dejan dormir. A veces, entre el estruendo, se oyen otros ruidos… más cercanos, más aterradores. Mis hijos saltan de miedo y corren hacia mí. Les prometo que ya queda poco para salir de esta cárcel. Que pron to seremos libres. Pero cada noche, mientras ellos intentan dormir, yo pienso qué más puedo hacer para salir de este infierno. Cómo conseguir comida para mañana. Cómo encontrar efectivo, que aquí se convierte en una tarea casi imposible. Me duele perder tanto dinero en el cambio, el 50%, pero lo hago por supervivencia. Todos estamos igual aquí».
Lo acaba de escribir, con estas palabras, el doctor especialista en terapia intensiva atrapado en Gaza .
Pero el doctor ya no es doctor. Bombardearon su hospital . El hospital Nasser, en la línea de frente. Bombardearon su otro hospital donde trabajaba sin sueldo. El hospital Europeo. Él estaba dentro. Lo cerraron. Bombardearon su primera casa en Jan Yunis, y su segunda, y su tercera, y su cuarta . Hasta nueve veces ha tenido que desplazarse junto a su mujer y sus hijos. Bombardearon su colegio. Bombardean el edificio de enfrente y el de al lado . Y el doctor ahora es nómada en busca de efectivo y comida entre las ruinas de Gaza . El doctor Refaat Alathamna ahora es escudo de sus cinco vástagos. Y es palestino y es boliviano y como ciudadano de Bolivia solicita, ruega, exige desde hace un año y 10 meses, que lo saquen de Gaza, en ese español cálido y cortés que aprendió a los 19 años en la Universidad Cristiana de Santa Cruz (Bolivia) donde se graduó en Medicina, trabajó, se casó, vivió nueve años (dos más en Argentina) y obtuvo la nacionalidad boliviana. Una nacionalidad que debería salvarle la vida y, sin embargo, papeles y más papeles, documentos y más documentos en mitad de una matanza que debería acelerar los trámites en la cancillería boliviana para nada. Netanyahu confirmó este pasado domingo su ofensiva final de ocupación y el doctor y su familia siguen ahí dentro. ¿Por qué?
«Me desespera ya que me pidan paciencia», dice este hombre de talante sereno que se empieza a agotar, «aquí no hay nada. No hay colegios. No hay trabajo. No hay seguridad. No hay comida . No hay pollo. No hay pescado. No hay huevos. No hay ni una gallina en toda Gaza. Todo está destruido. Algún cordero. A 200 dólares el kilo. La gente mira, pero no compra. ¿Cómo? Algún pepino, alguna lata de garbanzos con el precio multiplicado por 20 o más. Un kilo de tomate, 30 dólares. Me preguntan cómo estamos. No estamos bien. Psicológicamente agotados . Estamos atrapados en Gaza».
Y es que antes del 24 de mayo de 2024 aún se podía salir de la Franja por medios propios. Si se disponía de dinero, claro. «Los primeros meses tras el inicio de la guerra todavía estaba habilitada la frontera para las personas que podían pagar. 3.000 dólares por niño y entre 5.000 y 7.000 por adulto. Es decir, 14.000 por mi mujer y yo, 15.000 por nuestros cinco hijos. Necesitaba 30.000 dólares y no los tenía. Si los hubiese tenido, hubiéramos salido. Podría haber vendido mi casa, pero la habían destruido. Podría haber vendido mi coche, pero lo habían destruido. En cuanto a mi sueldo como médico en el hospital, sólo cobraba el 40% y el resto se lo quedaba el Gobierno. Lo justo para subsistir. Pedí ayuda económica a la embajada de Bolivia y me dijeron que no disponían de recursos. Después se bloquearon las fronteras».
Y desde entonces ya nadie puede entrar ni salir de esa Gaza rodeada por un muro y por un mar también vigilado. Trampa mortal sometida a constantes ataques y a la hambruna desde finales de mayo de 2025, cuando Israel bloqueó además la entrada de alimento a cargo de la UNRWA e instaló en su lugar los cuatro megacentros de ayuda a cargo de mercenarios, donde han asesinado a más de 1.000 personas . A las más hambrientas. A las que no encuentran otra forma de subsistir.
«Yo a esos puntos no acudo porque nos matan. O nos asaltan si conseguimos algo. No hay seguridad. Todo está destruido. Todo es caos . Aquí, cada día al despertar es una gran lucha. Porque hay que conseguir todo cada día. Todo lo básico. Hace dos meses, logramos alquilar un departamento en el campo de refugiados de Maghazi por el que pagamos 800 dólares sin ningún servicio, ni agua, ni luz. Tengo que buscar el agua todos los días. Una para bañarse, otra para lavar, otra para beber. Tengo que buscar madera para hacer fuego. La mayoría tenemos una batería de coche que recargamos a diario para tener algo de luz. Aquí no hay mercado, solo unos puestos de chicos jóvenes que venden ciertas cosas que consiguen en la calle».
«Y estamos haciendo todo esto, todos los días, bajo ataques, bajo bombardeos, escuchando cada día malas noticias de víctimas conocidas: parientes, amigos, compañeros de trabajo. Esperando la buena noticia de un alto el fuego que no llega», dice.
Gaza: la ciudad más cara del mundo, donde el doctor Refaat y su familia pueden sobrevivir gracias a las donaciones particulares y a la fundación ‘Hola Gaza’ de Lorena Santana. Un ángel de la guarda con carácter. «De no ser por estas donaciones estaríamos muertos», insiste en agradecerlo a través de su infatigable trabajo por redes. A Chile, a México, a Costa Rica, a Argentina, a Panamá, a Venezuela, a España. Instagram y TikTok: las únicas puertas abiertas al mundo, pero no se puede escapar por ellas.
«Anoche oí gritos donde mis hijos . Acudí pensando lo peor (francotiradores, un dron, un derrumbe) porque los ataques se suceden día y noche. Y era una cucaracha voladora. Eso soy. Un cazador de cucarachas voladoras», sonríe.
Recupera el coraje.
«Esa será mi lucha. Salir de Gaza», dice.
Se pone serio, profesional.
Rojo, amarillo, verde. Cuántas horas puede